En
estos meses que he vivido en Granada, he participado en unas prácticas
laborales en centros educativos. Cada uno de los participantes tenía una
función; en mi caso era enseñar inglés a estudiantes hispanohablantes de primer
y segundo de la ESO (Educación Secundaria Obligatoria que tiene como objetivo preparar al alumnado de entre 12 y 16 años para sus
próximos estudios y/o el mundo laboral). Durante
mi tiempo en el colegio Sagrado Corazón, aprendí muchas cosas sobre el oficio
de ser profesora y también tuve algunos momentos de choque cultural. Algo de lo
que me di cuenta rápidamente es que el humor inglés y el español son muy
diferentes. Durante mis primeros días, recuerdo que hice un chiste a la clase,
pero a nadie le hizo gracia excepto a mí misma. Al principio pensé que ellos no
me entendían e intenté explicarlo, hasta que me percaté de que simplemente no
lo encontraban gracioso. En ese momento me di cuenta de que debía estar atenta
a los chistes que se hacían entre ellos mismos para poder incorporarlos en mis
lecciones. Cuando lo conseguí, noté el cambio inmediatamente. Poco a poco iban
mejorando mis chistes y al final tenía a toda la clase riéndose.
He
aprendido que para ser una buena profesora se requiere tener mucha
creatividad. Algunas semanas me sentí un poco frustrada porque no sabía qué y
cómo enseñar y las ideas huían de mi cabeza. Comprendí la importancia de
mantener un seguimiento más estrecho de los estudiantes y conocer su vida
cotidiana, sus intereses y hobbies. Tuve que hacer un poco de investigación
para poder relacionarme con ellos: como elegir entre los equipos de futbol
Madrid y Barcelona o informarme sobre la novela ‘A la que se avecina’ o
escuchar alguna canción de Malú. Para ellos era importante que yo supiera estas
cosas y cuando me familiaricé con los temas que a ellos les interesan, conseguí
que pusieran más atención en las lecciones y participaran más. Así que ser
profesora no es una vía, sino una calle de doble vía. Como actual estudiante, sé perfectamente que lo más aburrido es tener un
profesor aburrido. Por eso, siempre hice un gran esfuerzo para que mis clases
no fueran aburridas y resultaran lo más interesantes posibles. La forma de situarme,
mi tono de voz y una actitud positiva forman una gran parte de las prácticas.
Siempre tenía una sonrisa y hablaba como si lo que dijera fuera lo más
importante del mundo. Frecuentemente les preguntaba sobre que cosas les
interesaban y apuntaba las sugerencias de temas para las lecciones posteriores.
Por lo tanto, la mayoría de mis estudiantes fueron receptivos a mis lecciones y
fue un verdadero placer enseñarles. Ha sido una experiencia inolvidable.
Cynthia Pereira